sábado, 5 de septiembre de 2015

Articulo de opinión: TODOS SOMOS MINORÍA



       Recientemente, me topé con un artículo donde 100 celebridades gay norteamericanas hablaban sobre lo difícil que les había sido salir del clóset, lo felices que eran por haberlo hecho y, sobre todo, lo ‘orgullosos’ que se sentían de declararse abiertamente homosexual. De inmediato reparé en el hecho de que, aquí en México, no lograría reunir ni siquiera una decena de nombres para escribir un artículo similar. El primer personaje que me vino a la mente, por obvias razones, fue mi adorado  Juan Gabriel. Sin embargo, recuerdo que él no salió del clóset por voluntad propia, sino que simplemente se limitó a responder con la ahora tan famosa frase de ‘lo que se ve no se pregunta’ al ser cuestionado por un reportero sobre su sexualidad. Después de eso, jamás se volvió a tocar el tema. Nadie le volvió a preguntar sobre su homosexualidad, y aunque las eternas mofas sobre su manera de hablar y desenvolverse en el escenario siguen y seguirán siendo el lugar más común de cuanto chiste barato exista sobre la gente gay en México, parece ser que ni Juan Gabriel ni las otras 3 ó 4 celebridades gay mexicanas que conocemos comparten ese ‘orgullo’ del que tanto se habla en otras culturas. ¿Será entonces que la gran mayoría de los homosexuales mexicanos nos sentimos avergonzados de serlo? Creo que sí. Y cómo no sentirse así, si desde pequeños se nos inculca de manera tácita, más allá del deplorable ‘bien’ y el ‘mal’ de la religión católica, algo intangible que resulta muchísimo peor: el concepto de lo que es ‘correcto’ y lo que es ‘incorrecto’. Aquí en México, o estás en el bando de los buenos o estás en el bando de los malos. Por ejemplo, si crees en Diosito, estás en el bando de los buenos, si no vas a la iglesia, automáticamente estás en el bando de los malos y apestas peor que el mal aliento. Si a cierta edad te casas y formas una familia, estás en el bando de los buenos, ah pero que no seas hombre y no se te conozca novia porque luego-luego sale la frasecita de ‘soltero maduro, joto seguro’. Y aquí es donde surge, en mi opinión, el origen de todo mal: ¿eres heterosexual?, estás en el bando de los buenos. ¿Eres homosexual? No, no estás en el bando de los malos, sino en EL BANDO DE LOS PEORES !!! Serás el blanco perfecto de los chistes y agresiones más humillantes desde primaria, pasando por la infernal secundaria hasta llegar con la moral traumatizada y el biorritmo destruido a la preparatoria. Claro, si en el camino tuviste la suerte de toparte con un buen amigo que compartiera tus gustos por Marky Mark y toda su campaña publicitaria de calzoncillos Calvin Klein, pues entonces considérate un náufrago con suerte.

       Si estás leyendo esto, muy seguramente pasaste por lo mismo o por cosas muchísimo peores. No pretendo descubrir el hilo negro ni la receta original del mole almendrado. Todos hemos lidiado con nuestros demonios de manera diferente y quizá el haber sobrevivido a ellos sea la verdadera razón para sentir ese llamado ‘orgullo’. Con la madurez, en mi caso, cada vez que alguien intenta denigrar a otra persona por sus preferencias sexuales, trato de hacerle entender que, en este mundo, todos somos minoría. Y es que todos, en algún punto de nuestra vida, terminamos por encajar en el bando de los buenos, en el bando de los malos o en el bando de los peores. ¿Sufres de sobrepeso? Perteneces al gremio de los gordos y, por ende, al bando de los malos. Aquí en México nos sobran razones para caer en alguna minoría. Puedes pertenecer al bando de los morenos, de los prietos, de los nacos, de los que compran café en el Oxxo y no en Starbucks, de los que andan en camión, de los que se compran la ropa en el mercadito, de los que ven tele local y no series norteamericanas, de los que escuchan música banda, sinaloense, duranguense, cumbias, reggaetón, tribal o similares ritmos precolombinos. Somos tan felices menospreciando a los demás, sintiéndonos superiores a ellos para llenar esos cráteres lunares que cargamos en el alma. Aquí nadie se escapa de denigrar o de ser denigrado, ni de encajar en alguna minoría. Y si a toda esta capirotada le añades el hecho de que eres gay, pues entonces es más que entendible que uno se aferre a su rinconcito en el clóset y no quiera salir de allí. ¿Pues saben qué? Que especulen a sus anchas, que me ataquen con murmullos, que me fulminen con el desprecio de su mirada y el veneno de su lengua viperina. Que se ufanen con sus burlas, sus apodos, sus carcajadas malolientes, pero que me dejen en paz. Ah, pero el día que decida llenarme de valor y gritarle al mundo quién soy y lo que valgo, ese día mando al diablo los parámetros con los que me miden. Ese día lanzo una bomba atómica sobre sus míseros bandos y categorías. Ese día finalmente me sentiré vivo, pleno y orgulloso no de pertenecer a un grupo, a un segmento o a una lista, sino de saberme hijo legítimo de la libertad. Estoy consciente que me falta un largo camino por recorrer, pero sigo y seguiré luchando en ello día con día.


Joaquín Hernández Hinojosa.

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